UN FURTIVO BAÑUSCO
Abelardo Espinosa, al que todos conocimos como “Vallejos”. Desde muy pequeño ya sabía del hambre y la necesidad. Hambre que
padecieron muchos españoles después de una contienda donde unos fueron
vencedores, otros vencidos y todos derrotados.
Abelardo, furtivo bañusco, conocía Sierra Morena: Los Alarcones, Los Escoriales, El Chaparrón, Contadero-Selladores, entre otras como la palma de su mano. Se dedicó toda su vida a la caza como sustento de vida.
Su padre había sido guardia. Pero con Franco “no quiso seguir” y se fue a
trabajar “al campo, en lo que había”. Y era poco lo que había. La
sierra, que tan generosa despensa había sido siempre, estaba desolada y
silenciosa. “Vallejos” empezó a fijarse en el comportamiento de los
pocos animales que aún quedaban: los pájaros.
En septiembre llegaron los primeros pájaros. Algunos zorzales tomaron
posesión de aquella sierra donde lentiscos y acebuches empezaban a
ofrecer sus frutos. “Vallejos” los observaba en silencio.
Sus manos, con dedos finos y largos, podrían ser las de un gran
violinista pero el destino las puso al servicio de la creatividad de un
niño que se haría hombre fabricando trampas para capturar todo tipo de
animales.
Fruto de la miseria, del hambre, de la desgracia estaba gestándose la figura de uno de los más famosos furtivos
que han pisado Sierra Morena. Fue perseguido, acosado como una alimaña. Envidiado, odiado y admirado
por igual, “Vallejos” se fue incrustando en el paisaje de la sierra,
poco a poco, sin hacer ruido. Su único objetivo: que en su casa no
hubiera hambre ni necesidad. Lo consiguió.
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