lunes, 13 de abril de 2015

 

UN FURTIVO BAÑUSCO



Abelardo Espinosa, al que todos conocimos como “Vallejos”. Desde muy pequeño ya sabía del hambre y la necesidad. Hambre que padecieron muchos españoles después de una contienda donde unos fueron vencedores, otros vencidos y todos derrotados.

Abelardo, furtivo bañusco, conocía Sierra Morena: Los Alarcones, Los Escoriales, El Chaparrón, Contadero-Selladores, entre otras como la palma de su mano. Se dedicó toda su vida a la caza como sustento de vida.

Su padre había sido guardia. Pero con Franco “no quiso seguir” y se fue a trabajar “al campo, en lo que había”. Y era poco lo que había. La sierra, que tan generosa despensa había sido siempre, estaba desolada y silenciosa. “Vallejos” empezó a fijarse en el comportamiento de los pocos animales que aún quedaban: los pájaros.

En septiembre llegaron los primeros pájaros. Algunos zorzales tomaron posesión de aquella sierra donde lentiscos y acebuches empezaban a ofrecer sus frutos. “Vallejos” los observaba en silencio.

Sus manos, con dedos finos y largos, podrían ser las de un gran violinista pero el destino las puso al servicio de la creatividad de un niño que se haría hombre fabricando trampas para capturar todo tipo de animales.

 Fruto de la miseria, del hambre, de la desgracia estaba gestándose la figura de uno de los más famosos furtivos que han pisado Sierra Morena. Fue perseguido, acosado como una alimaña. Envidiado, odiado y admirado por igual, “Vallejos” se fue incrustando en el paisaje de la sierra, poco a poco, sin hacer ruido. Su único objetivo: que en su casa no hubiera hambre ni necesidad. Lo consiguió.





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